lunes, 30 de diciembre de 2013

Una vez soñé...


Uno no nace pensando qué situaciones pueden marcar su vida para siempre. "Se hace el camino al andar". Pero las certezas de que en el trayecto sucedan cosas insólitas, imprevistas, increíbles, son aseguradas desde la largada. Y si algo hay que agradecer, a esta altura de la vida (ni en la largada, ni en la mitad, ni en la llegada), es la posibilidad de soñar... nada de lo asombroso en este mundo existe si antes no hubo un sueño que las impulse. 

Eran las 2 de la mañana, y el colectivo se encaminaba rumbo a la Cidade Maravilhosa, por esas causalidades de la vida la batería de mi celular, que momentos atrás agonizaba, pasaba a la eterna calma de la oscuridad de la ruta. Me entregué a la bruma, a la curiosidad que provoca estar sobre cuatro ruedas observando un paisaje sin horizonte, donde la única brújula existente se fracciona en millones de puntitos blancos que desde arriba te dicen "Este el cielo... tranquila". 
Y es en esas situaciones, en que uno se siente cavernícola por no tener el teléfono prendido, cuando todo ser con cerebro y poder de decisión despliega su arsenal de ideas, proyectos, sueños, situaciones límites y empieza a darle cuerda con ímpetu al privilegio de PENSAR. Tal es así, que en una suerte de línea del tiempo mental, pasás desde el presente presentísimo, a una hora atrás, llegás al futuro a punto de empacar para salir corriendo hacia aquellos días de rodillas raspadas y flequillos mal cortados por culpa de la bendita tijera que mamá dejaba sobre la mesita de luz. ¿Cuántos instantes desfilan por la pasarela del recuerdo cuando uno decide aventurarse hacia lo desconocido?
Claro... era eso. Lo desconocido, propio del no saber qué va a ocurrir en el minuto siguiente, aún entendiendo con resignación que el reloj no iba a detener su marcha. (Otra vez hablando de relojes, será que la minuciosa profesión del hombre con el que compartí mi vida entera tiene algo que ver? Es que ser doctor del tiempo es interesante cuando uno vive el momento por inercia). En fin, retomando el tema del misterio oculto en cada escapada, decidí atravesar la inexorable puerta de la memoria para seguir con el viaje.
Nunca, pero nunca, va a ser mala idea aceptar la “propuesta indecente” de zambullirse en una aventura. Jamás. Peor es arrepentirse, y doy fe que esa sensación incluye acidez, suspiros y ceños fruncidos cada vez que tu cabeza decide rememorar el momento en que dijiste “No quiero, no puedo, no no…”, aunque la idea tampoco sea el Sí fácil, ni mucho menos. Yo no sabía que estaba yendo a “Hacer lío”. Mi única certeza era la satisfacción de poder confirmar y gritarle al mundo que estaba cumpliendo un sueño, una meta que había nacido años atrás y parecía más que inalcanzable hasta entonces.

Decidí empezar a agradecer al universo. Cerré los ojos con la imagen inerte del cielo estrellado y me tomé el rato para decir “Gracias” a todo aquel que desde algún rincón del mundo estaba deseando con el corazón que mi felicidad conozca nuevos horizontes, nuevas vibraciones, nuevas almas y sonrisas. Los nombres, las caras, los abrazos no terminaban nunca… y no sé cuanto tiempo pasó, a cuanta gente recordé ni cuantas veces por minuto dije “gracias” para mis adentros. Lo cierto y seguro es que no me cansé y las memorias encadenaban un eslabon con otro al punto de formar una amalgama de gratitud que duró lo que duró, pero finalizó con un suspiro de alivio y un bostezo amigo que sirvió de abrazo para encontrar al sueño que se me había escapado…

Y durmiendo para soñar, empecé a disfrutar de aquello que no conocía, pero que en horas iba a enfrentarlo cara a cara siendo una sonrisa diminuta en la marea de jóvenes mais grande do mundo...



"Cuando por las noches mires al cielo, yo estaré en una de las estrellas. Y como yo reiré, te parecerá que todas ellas ríen para ti. Tu tendrás estrellas que saben reír..."

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